QUÉ DIRÁN DE TI…
Según uno de los últimos estudios de la universidad de Harvard, uno de los grandes arrepentimientos de la vida de las mujeres es: haber dedicado demasiado tiempo pensando en qué pensarán los demás sobre ellas.
Y qué sencillo es, establecer esta relación entre el sacrificio y la insatisfacción, cuando eres consciente de la educación tan diferente que hemos recibido las mujeres y los hombres.
Desde que somos pequeñas, nos han educado inconscientemente para buscar nuestra validación fuera de nosotras mismas, para encontrarla en los demás. En el piropo que recibimos, en lo buenas que dicen que somos, en lo bien que dicen que hacemos X cosa... Nos educan en pro del qué pensarán los demás de nosotras. Y el mensaje que subyace es: “tú vales tanto como les gustes a los demás”.
Nos educan para ser buenas, para hacer el bien, para mantener cierta imagen, carácter y dignidad. Para seguir el camino único y correcto aprobado por la sociedad -porque para las mujeres solo hay uno, maternidad y hogar-. Para ser dulces y no levantar la voz. Para atender y cuidar a los demás. Podríamos incluso confirmar que se nos educa no tanto en la entrega si no en la complacencia... Mientras que a los niños se les permite ser, experimentar, se les justifica su inconsciencia, se les ríe el ser “gamberros”, se les entiende el “ir más a su bola”, se les permite errar mucho más, perderse por el camino y se les enseña a no ser complacientes, si no más bien a ser enteramente independientes y a desafiar.
Y claro, luego nos preguntamos porqué las mujeres somos tan inseguras… ¿cómo no vamos a serlo si nuestra validación depende de lo que los demás piensen de nosotras?
Cuando en tu sistema de creencias se instala que lo tuyo es vivir para contentar los demás y ser buena a ojos de todos, necesitas su aprobación para avanzar -para sentirte válida, buena y reconocida-, y entonces, por supuesto, no vas a hacer nada que les pueda defraudar… porque eso cambiaría sus opiniones sobre ti y por ende, la tuya.
A las mujeres nos han educado para ser prisioneras de la expectativa ajena y ajenas a la expectativa propia. Somos las reinas del sacrificio, de la entrega infinita, del dejar de lado nuestros deseos y sueños por cumplir con los de la pareja o con los que la sociedad espera de nosotras. A las mujeres no se nos permite tener tantas parejas sexuales como a los hombres. Si decidimos no ser madres hemos de hacernos fuertes para soportar el peso de la crítica. Se supone que debemos de elegir entre el hogar, el trabajo o los sueños -porque como se nos entregan tantas esferas de las que hacernos responsables, mientras que a los hombres solo la del trabajo, tenemos que acabar por elegir una o vivir a medias todo-. No se nos permiten las malas palabras, no se nos permiten ciertos “comportamientos masculinos” como el orgullo, el recibir cumplidos sin escondernos de vergüenza… No se nos permite en el caso de ser madres “ser malas madres”, ni tampoco no saber cómo proceder en según qué situaciones… porque sí, señora, se supone que la respuesta está en tu ADN educacional y el generacional, ese que has visto en tu casa, en tus abuelas y en tus madres, que todavía no eran absolutamente libres de hacer lo que les diese la tremenda gana.
Y a la que se sale del camino marcado, a la que cuestiona lo recibido, y se revela contra ello, viviendo como le apetece, poniendo límites y dando su opinión sobre ciertos temas, entonces se le tacha de “mujer de mucho carácter”, de “problemática”, de “perdida”, de “loca”… y tantos otros adjetivos calificativos tan inapropiados como las mentes limitadas que los emiten. Cuando la realidad, es que simplemente, estarían replicando el patrón comportamental de la gran mayoría de los hombres.
Así que, para no hacer frente a ese arrepentimiento masivo que ha registrado Harvard en su estudio, y no hacer frente a una vida que dependa de la validación de los demás, porqué no cambiamos la fórmula y en vez de pensar… ¿qué pensarán los demás? Pensamos… ¿qué pensaré yo de mí?
Sé que no te he revelado nada que ya no supieses -la diferencia educacional debido al sexo-, pero ahora quizá cada vez que te visite la complacencia esa que te empuja a servir sin tenerte en cuenta, si te haces la pregunta: ¿qué pensaré yo de mí?, quizá entonces cambies tu forma de actuar y hagas lo que realmente tú quieras hacer.
No sigamos incrementando la estadística de Harvard.
Vive como te de la gana. Según tu línea de tiempo y apetencia. Porque aquí lo importante es, repito, ¿qué pensarás tú de ti?
Gracias por leerme hasta el final, hoy me he puesto intensa. Pero espero que lo hayas disfrutado.
Te espero en la próxima carta, si quieres que te espere.
Tuya, Irene.